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miércoles, 28 de julio de 2010
Desentrañando el misterioso mundo de la inflación: mil intentos y ni un invento
Qué es la inflación? ¿Cómo se origina la suba de precios? ¿Qué herramientas existen para controlarla?
Un debate sobre las distintas explicaciones económicas del fenómeno.
Cuando ya parecía parte de la Historia, y sin haber tenido un lugar preponderante en las discusiones de política económica por más de diez años, a partir de 2007 volvió a escena el fantasma de la inflación. La evolución de precios se convirtió en tema de preocupación cotidiana y la teoría económica debió salir a dar explicaciones. Sin embargo, y hasta el momento, pese a la intensificación del proceso, no parece haber acuerdo acerca de las causas del origen de la misma. El debate está abierto desde entonces y el abanico de posturas es amplio y contradictorio.
Aquí nos proponemos hacer un recorrido por las diversas explicaciones económicas sobre el fenómeno inflacionario, muchas de las cuales conforman discursos hegemónicos que trascienden los ámbitos académicos, y confrontarlas con las circunstancias en que tuvieron lugar los aumentos de precios de los últimos tiempos. Luego, esbozaremos las causas que, a nuestro juicio, dan cuenta de manera más acertada del fenómeno inflacionario desde una perspectiva estructural de la economía argentina. Sobre esa base discutiremos las medidas más adecuadas para combatirla.
Explicaciones
La inflación es el aumento generalizado y sostenido de precios. Es por eso que a lo largo de esta etapa hemos escuchado en varias oportunidades que no nos encontramos ante un fenómeno inflacionario, porque al existir ciertos importes fijos (como el caso de las tarifas de algunos servicios) no se trataría de un aumento generalizado en sentido estricto, sino que estaríamos en presencia de incrementos de los importes de algunos bienes y servicios como resultado de la dinámica misma del crecimiento económico. La devaluación del 300 por ciento a inicios del año 2002 ante la salida del régimen de Convertibilidad habría sido la causa inicial de este movimiento, en cuyo caso no habría más que esperar que los precios se adapten a la realidad económica de un nuevo esquema económico.
Pero no se trata de exponer la confrontación teórica acerca de si estamos ante un “reacomodamiento” de precios o ante un proceso inflacionario. Ya sea cualquiera de las dos alternativas, sabemos bien que los efectos de los incrementos de precios son distintos para cada clase social. Mientras buena parte del empresariado se ve beneficiado porque éstos permiten obtener una ganancia inesperada , a los trabajadores no les sucede lo mismo: si no consiguen aumentar sus ingresos (sus salarios al ritmo que lo hacen los importes) enfrentarán un deterioro de su poder de compra; ni más ni menos que una caída del salario real y el empeoramiento de sus condiciones de vida. Es por esto que resulta central repasar los argumentos más usuales y ponerlos bajo la lupa a la luz de la evidencia actual.
Sólo a modo expositivo clasificaremos las distintas definiciones acerca del origen de la inflación entre aquellas que ponen el acento del lado de la oferta y las que lo hacen en algún componente de la demanda.
Las tres explicaciones más escuchadas por el lado de la oferta:
Los trabajadores responsables de la inflación
En el extremo, la teoría ortodoxa, básica y de manual sostiene que la inflación es el resultado de los aumentos salariales. Esta primera explicación es la llamada “inflación por empuje de costos”, según la cual el salario está involucrado, en menor o mayor medida, en la producción de todos los bienes y servicios, por lo que una suba del mismo se traslada total o parcialmente a los precios finales de toda la economía y se traduce luego en inflación. Con una teoría de los precios aditiva, que supone que éstos son el resultado de la suma de los distintos componentes entre los que se distribuye el ingreso, un aumento salarial impacta de manera directa en el nivel de precios. Según esta postura, la responsabilidad de la inflación es de los propios trabajadores, quienes al reclamar por mayores sueldos no hacen más que iniciar una espiral inflacionaria sin límite. La recomendación política de estos “gurúes” de la economía no es otra que pedir “responsabilidad” por parte de los sindicatos a la hora de pedir aumentos salariales.
¿Resulta creíble esta explicación? Si bien los escasos datos confiables no permiten hacer aseveraciones de manera contundente, el salario real apenas alcanza los niveles previos a la crisis de 2002. Por lo tanto, los reclamos de sueldos no hacen más que ir detrás de las subas de precios, parece ser una estrategia más bien defensiva en busca de preservar el salario real erosionado por aquellos. Es claro que en los primeros años de post convertibilidad, con un nivel de producto aún muy deprimido y escasa sindicalización, las recomposiciones salariales brillaron por su ausencia; de hecho, una de las claves de la competitividad de la industria nacional ha sido los bajos salarios. Sin duda, el crecimiento de la actividad, acompañado de mejoras sustanciales en los niveles de empleo que permitieron que la desocupación bajara a un dígito, posibilitó escuchar las voces de los trabajadores en reclamo de recomposiciones salariales, pero eso no los posiciona como responsables de la inflación. Simplemente se busca no empeorar la participación en el ingreso nacional, tan afectada desde la implementación de las políticas económicas de la última dictadura militar.
Esto no quiere decir que los empresarios no trasladen a los importes los aumentos salariales, sino que la posibilidad que tienen de hacerlo es resultado de otras causas que analizaremos y que nada tienen que ver con los reclamos de los trabajadores.
Pleno empleo o falta de inversión: los cuellos de botella en el centro de la cuestión
La segunda explicación desde la oferta son los llamados “cuellos de botella” que existirían en algunos sectores de la producción. La utilización de la capacidad instalada estaría llegando a un límite tal que no permitiría un ajuste en las cantidades producidas, con lo cual cualquier tipo de presión de la demanda sobre la oferta impactaría necesariamente en un mayor nivel de precios. De esta postura se desprenden dos posibilidades: 1) la economía argentina atraviesa un período de pleno empleo de sus factores o 2) hace falta aumentar la oferta. En el primer caso, se estaría en un nivel de plena utilización de todos los factores productivos, principalmente capital y trabajo, y entonces habría que enfriar la demanda a través de la contracción del gasto público y del consumo privado (lo que en términos prácticos implica la no implementación de la Asignación Universal por Hijo, restringir los aumentos a jubilados y trabajadores). En el segundo, la receta para incrementar la oferta sería bajar la tasa de interés para aumentar la inversión y evitando el impacto sobre los precios.
Si bien esta explicación podría estar reflejando lo que sucede en algún sector particular de la economía, no da cuenta del fenómeno inflacionario en su integridad. Según el INDEC, en 2009 la industria hizo uso del 79,2 por ciento de su capacidad instalada y, desde 2002, nunca alcanzó el 80%. Si a esto le sumamos índices de desocupación aún significativos, la conclusión es contundente: la economía argentina no se encuentra en una situación de pleno empleo de sus recursos y tal teoría se echa por la borda. Sin embargo, vale decir que las altas tasas a las que creció la inversión en los primeros años de la implementación del modelo de tipo de cambio alto, y que fueron las que incluso han ampliado la capacidad productiva, han menguado significativamente a partir de 2008. Entonces, el aumento de la utilización de la capacidad instalada también responde a una política de los empresarios que destinaron las ganancias obtenidas a aumentar su consumo en vez de aumentar la inversión. A veces el empresariado justifica la no inversión con la falta de acceso al crédito por tasas altas. Sin embargo, el crecimiento de la inversión desde 2003 en adelante se basó en el ahorro y no en el pedido de créditos. Ello se demuestra por el hecho de que el crédito total de la economía argentina representa sólo el 11 por ciento del PBI, cuando en los años 90 estaba cercano al 25%.
Pocos, concentrados y caros
Por último, la tercera explicación por el lado de la oferta hace hincapié en las estructuras de mercado. Ahí donde estas últimas no son competitivas y existen monopolios (un solo oferente) u oligopolios (pocos oferentes grandes), con lo cual la oferta es controlada por muy pocos productores. Esto les permite fijar los precios por encima del precio de competencia. Ante un crecimiento de la demanda, una estructura de mercado concentrada y centralizada permite que se aumenten los precios sin necesidad de subir la inversión y consecuentemente la producción. La competencia de otros productores no representa una amenaza porque sencillamente no existe. Según la teoría microeconómica estas estructuras determinan mayores precios y menores cantidades que las que se obtendrían bajo condiciones de mayor competencia.
Sin duda esta explicación pone de relieve una realidad de la estructura económica argentina. Desde mediados de los 70, los mercados de bienes y servicios se han visto fuertemente concentrados y las políticas aplicadas en los 90 no han hecho otra cosa que profundizar el modelo iniciado en aquel entonces. Así el grado de concentración y extranjerización de la economía ha llegado a niveles como nunca vistos anteriormente. Dada esta estructura es lógico pensar que cualquier empuje de la demanda tenga un impacto en el nivel de precios, ya que estas estructuras de mercado no tienen incentivos para incrementar las cantidades como respuesta a mayores demandas, supuesto sobre el que se erige buena parte de la teoría económica dominante. Esta explicación de la causa de la inflación es muy sólida, no obstante que el proceso de concentración de los mercados data de hace más de 30 años y que el proceso inflacionario no fue continuo en todo este período, pero por otros motivos.
Por el lado de la demanda, reconocemos dos explicaciones que intentan dar cuenta del fenómeno:
La fiesta del gasto y la emisión monetaria
Quizá la más famosa explicación sea que la causa es un excesivo gasto público asociado a un aumento desmedido de la oferta monetaria para financiar el mismo. En esta situación el Estado sería el único responsable de la inflación. Para los monetaristas la receta es básica: recortar el gasto público y controlar la emisión monetaria. Lo que está de fondo es el supuesto de que el gasto público excesivo, es decir, gastos por encima de los ingresos fiscales, se financia con emisión monetaria, lo que hace que en la calle existan muchos billetes que no representan un mayor volumen de producto y que van a parar a un aumento de precios de los bienes y servicios. Se trata de lo que en economía se conoce como Teoría Cuantitativa del Dinero. El supuesto que está detrás de esta teoría es que la economía está funcionando con pleno empleo, lo que significa que no hay desocupación y no hay posibilidad de incrementar la producción de bienes.
¿Estamos en esas condiciones?
No parece haber evidencias. El desempeño de las variables en cuestión, gasto público y emisión, no la confirman. En el período estudiado no ha habido déficit que haya ameritado ser monetizado (financiado con la maquinita de hacer billetes). De hecho, hasta 2008 hubo superávit fiscal, ingresos por encima de gastos, por lo que no hizo falta financiar nada. Por el lado de la oferta monetaria, a pesar de tener crecimiento, fue acompañada por el aumento de la producción: el cociente entre dinero y PBI se ha mantenido estable.
Exportaciones e importaciones: los precios internacionales sin tregua
Por último, destacamos el argumento que señala al aumento de la demanda mundial de bienes primarios como responsable de las presiones inflacionarias. Por un lado, el crecimiento de países como China e India impactó en la demanda de ciertas commodities, principalmente alimentos, aumentando significativamente su precio en el mercado mundial. Argentina, al ser un país productor y exportador de dichos bienes, se beneficia con los aumentos de precios internacionales, pero a la vez, en ausencia de una intervención por parte de las autoridades económicas, dichos precios aumentados se trasladan a la economía local. Al tratarse en muchos casos de bienes que se consumen masivamente en el mercado interno, el aumento internacional afecta al interior de la economía. Por otra parte, bienes básicos industriales que Argentina importa, tales como metales y aluminio, también sufrieron una suba importante de precios que impacta en la economía nacional, pues aumentan los costos de producción y luego se trasladan al nivel de precios general. Esta explicación, que es absolutamente cierta, nos parece una vez más insuficiente.
Una explicación adicional para el caso de Argentina
Resulta claro que la inflación Argentina no tiene origen en una sola causa. Sin duda, en algunos momentos de la etapa iniciada luego de la crisis de 2001 ha operado con mayor fuerza una causa, y en otros, otra. Aquí nos proponemos una mirada más estructural del proceso que permita entender lo que sucedió por encima de situaciones coyunturales.
La estructura productiva argentina presenta una particularidad: la conjunción de dos sectores de la economía con productividades marcadamente distintas. Por un lado, un sector agropecuario que produce en condiciones ampliamente favorables. El suelo de la Pampa Húmeda es muy fértil y permite la obtención de rendimientos extraordinarios y menores costos. Así, la producción agropecuaria nacional compite en el mundo sin problema y bajo cualquier condición. Por el otro lado, se encuentra el sector industrial cuya escala pequeña y fuerte atraso en la productividad del trabajo le impiden competir en el mercado mundial e incluso se ve amenazado por la entrada de bienes producidos en el exterior a menor costo. Su productividad es sensiblemente inferior a la que experimenta el agro. Argentina puede tener producción industrial siempre y cuando se la proteja, y la forma de hacerlo es manteniendo un tipo de cambio alto para evitar la competencia de bienes importados.
La devaluación de 2002, al tiempo que redujo brutalmente el salario real, permitió el incremento en el ritmo de la acumulación de capital sobre la base de bajos costos. El peso barato significó el encarecimiento de la producción extranjera, de manera tal que los bienes importados aumentaron de precio, dándoles ventajas significativas a los bienes producidos al interior del país con costos en pesos. La recuperación de la industria nacional trajo asociadas mejoras en los niveles de empleo y en la demanda agregada. Se entró entonces en un sendero de crecimiento a tasas altas y sostenidas.
Sin embargo, hubo un margen importante que permitió a los productores locales trasladar a los precios la suba de costos sin poner en juego la ganancia ni la competitividad. Las subas de los costos tuvieron diversos orígenes, parte se debió a lo que llamamos “inflación importada”, principalmente de alimentos y materias primas industriales, y parte a la puja distributiva que se hizo presente una vez recompuesto el nivel de actividad y empleo. Consecuentemente, la demanda validó los aumentos (pero no los causó) permitiendo que las empresas mantuvieran sus márgenes de ganancia vía precios.
Conclusiones
Luego de recorrer las distintas explicaciones acerca del origen de la inflación, reconocemos la existencia de causas estructurales como determinantes de la misma. Por un lado, la estructura productiva Argentina fuertemente concentrada, como se observa por ejemplo en la industria alimentaria. Por el otro, la política de tipo de cambio alto, necesaria en el marco de una economía semi-industrializada como es la nacional, permite aumentos de precios generalizados en los momentos de crecimiento económico tales como los que transitó el país en los últimos años. En realidad, el resto de las explicaciones son trasmisores y no causas de la inflación. La suba de la demanda, de la oferta monetaria y de los costos son resultado de aquella, pero de ninguna manera su origen.
De esto se desprende que el Estado puede sostener un tipo de cambio alto, en el marco de una industria concentrada, pero estableciendo, a través de un conjunto de políticas e instituciones, el control de los precios y el mantenimiento del poder adquisitivo del salario. De este modo, cumple un doble objetivo: 1) equilibrar la economía, lo que permite el desarrollo industrial del país y 2) equilibrar socialmente, evitando el deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores. Hasta ahora, el Gobierno ha avanzado en ese plano a través de políticas de retenciones y subsidios y otro tipo de intervenciones, que si bien han logrado grandes avances, no parecen suficientes. Hay que profundizar.
Es importante concluir que quienes culpan a los trabajadores y proponen devaluar, con la consecuente caída del salario real, no hacen más que intentar transferir ingresos hacia los sectores más ricos de la población. Es por eso que resulta importante que tengamos herramientas propias para comprender el fenómeno de la inflación y no dejarnos engañar con argumentos falaces que responsabilizan a los aumentos salariales o a las políticas de gasto expansivas. Ese es el camino que debemos transitar si queremos defender el salario y las condiciones de vida de los trabajadores.
Artículo publicado en la revista Realidad.

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